"Le fascinaban las teclas del ordenador. Aporrearlas como
si fueran un piano, deslizar las yemas de los dedos por ellas le provocaba un
cosquilleo de felicidad recobrada. Siempre había sido así, desde la primera
vez, con un teclado duro de muelle de máquina de escribir antigua. De ahí le
quedó la costumbre de presionar con energía, más de la necesaria; de cuando en
cuando dejaba de mirar a la pantalla y miraba las letras aunque no lo
necesitara porque estaban automatizadas en algún lugar desconocido de su memoria.
A veces escribía tan rápido, que le ganaba a la máquina y esta, desconcertada,
se paraba repentinamente exigiendo su propio ritmo. Pensaba con frecuencia si
era ese alfabeto colocado de forma aleatoria el que atizaba sus ideas o al
contrario, como era más lógico, porque la palabra precisa o el argumento
desarrollado aparecía también con un bolígrafo entre las manos; pero era
distinto. Tenía otra cadencia, otro tempo sin necesidad de reescribir.
Ese amor a un objeto siempre idéntico, a una alineación de letras, números, espacios y signos ortográficos fue el que le dio la primera pista, el indicio tenue de que algo se estaba quebrando desde un lugar profundo, absolutamente lejano. La "L" y la "O" se escondían como si bailaran una danza secreta sin música que las guiara".
Este pequeño texto es lo máximo que logré escribir tras esos primeros días oscuros de hace cinco años cuando la amenaza de la Esclerosis Múltiple se presentó en mi puerta, en mi vida, en mi inestable equilibrio emocional y en mi más asentada posición profesional. En unas horas la palabra desmielinización lo arrasó todo, impuso el desconcierto, el miedo, la duda, una nube negrísima cubriendo mi horizonte vital. La parálisis física, el estancamiento, el aplastante dolor, las ganas de tirar la toalla y cerrar los ojos acostada en una cama mientras esperaba a que cesaran los movimientos involuntarios de mis extremidades, el cansancio paralizante, la boca con sabor a hierro consecuencia de la cortisona en vena, el punzante alarido de la columna vertebral traspasada por una aguja...todo eso.
La fortuna del carácter no la elige uno; le acompaña desde que nace y se va forjando. Voluntad y carácter, apego vital, incapacidad para la rendición. Ese equipaje que condiciona tu evolución personal. Lo mejor de esos meses de travesía del infierno fueron las personas que me arroparon y me demostraron un cariño no sé si merecido. Fueron muchos y ellos saben quiénes son. Algunos ya no están cerca, pero mi gratitud hacia ellos se mantiene intacta. Me gustaría escribir y escribir sobre ese tiempo, recobrado de cuando en cuando, pero me siento incapaz de desnudarme más...
La amenaza del asesino es ahora pequeñita, casi inexistente... Sucede, sin embargo, que en mis recurrentes consultas a mi adorada neuróloga (vaya por delante mi homenaje y mi respeto a los profesionales del Hospital Gregorio Marañón a los que estaré eternamente agradecida) he visto a gente como yo, devastada, con su vida patas arriba, sacudida por un hecho inesperado. La esclerosis múltiple es aún una gran desconocida, afecta de manera distinta a cada paciente, apenas se puede predecir cómo va a evolucionar. Algunos pueden hacer una vida casi normal; otros se quedan en la cuneta. Sus víctimas suelen ser gente muy joven a las que parte en dos... Este texto, a corazón abierto, es mi pequeño homenaje a todos esos a los que querría mirar a los ojos y decirles que no tiren la toalla y hagan todo lo que esté en su mano para luchar y vivir. La actitud personal influye y mucho. Los abrazos y el cariño recibido, también. Mi abrazo cariñoso es para espantar a ese maldito asesino silencioso.