El magistrado del caso Bretón, Pedro Vela Torres *Foto: ABC |
El juez Pedro José Vela Torres revisará el veredicto del Jurado y decidirá si hay algún error que subsanar. A continuación redactará su sentencia del caso Bretón, consciente de que será examinada con lupa tanto por juristas como por aficionados. Quizá pensará que sus palabras pasarán por microscopios adiestrados y otros profanos y se afanará en elegirlas con la mayor precisión. Es probable que no le cueste demasiado porque el presidente de la Sección Tercera de la Audiencia de Córdoba desde 2006 no tenía claro estudiar Derecho, atraído como estaba por la Literatura y la Historia. Esas eran las dos carreras que barajaba cursar cuando era alumno de Bachillerato, tal y como explicó a un compañero del Diario Córdoba en una entrevista en 2007. Pesaba eso sí la tradición familiar (su padre fue juez y también lo es uno de sus hermanos).
La figura del magistrado, un juez anónimo como era Vela hasta que le eligieron para presidir este Tribunal, no suele concitar la atención mediática. Reconozco que me llamó la atención desde que le oí la primera frase en la Sala. Primero fue el reconocimiento de las vocales semiabiertas que se disimulan con dificultad reveladoras del origen, pero rápidamente me encandiló su firmeza traspasada de humanidad y la solemnidad con la que se aplicó en sus palabras. "Señora, tiene usted la obligación de declarar porque ya no es legalmente la esposa del acusado, pero intentaré hacerle pasar este trance de la manera menos dolorosa posible". Más o menos así se dirigió Vela a Ruth Ortiz, quien pese a comparecer en la Sala vestida de rosa asalmonado, debía de tener el alma varios tonos más oscura que todos los presentes juntos.
Vela permaneció atento cada minuto. Escuchó con concentrada atención el desgarro contenido de una madre y disimuló con dificultad el fastidio que aparentemente le producían fragmentos del relato aprendido o interpretado, o ambas cosas, de Bretón. "Cuando asistía a levantamientos de cadáveres siempre tenía cierta sensación de estar fuera de lugar, porque ni era especialista en la materia (como el forense o la Policía Judicial) ni podía compartir el sentimiento de drama y pérdida que flotaba en el lugar. Y lo que no pude superar nunca fue cuando el cadáver era el de un niño". Al recuperar ese pensamiento del magistrado de la citada entrevista, entendí por qué me había gustado ese juez desde que comenzó a hablar en Sala.
El juez, experto y apasionado por el Derecho Mercantil, que a la postre sirve para ordenar una parte del mundo, ha sido en estas tres largas semanas el elemento más objetivo y el que mejor ha desempeñado su papel en esa Sala. Lejos de las salidas de tono de ambos abogados, entrenados en lides quizá menos farragosas y emocionales; lejos del insoportable abaniqueo de la fiscal hurgando en detalles personales que se antojaban casi en las antípodas del objeto de juicio, más lejos del ruido que ningún miembro de ese Tribunal y más cerca del dolor de lo que a veces estamos acostumbrados.
No permitió que a Bretón le quitaran las esposas mientras su exmujer, su exsuegra y su excuñado testificaban a menos de tres metros. "Son testigos sensibles", le indicó a su abogado; cortó en seco al acusado cuando quiso dar lecciones de abogado al Jurado con explicaciones técnicas aprendidas en sus horas al sol en el talego y sobre todo fue decisivo ante la tropelía de una mujer, la perito Lamas, que se "iluminó" en Sala para desacreditar miles de horas de trabajo, no solo de sus compañeros del Cuerpo, sino también del hombre, el profesor Etxeberría, que un rato antes le había tendido un puente hacia la dignidad. Vela, con un visible disgusto, le pidió a la testigo, a quien un día fue perito, que concretara sus acusaciones con nombres o apellido o de lo contrario le deduciría testimonio por tres supuestas mentiras.
El juez ejerciendo de juez y de profesor, el magistrado que ama la Literatura y elige las palabras. El aficionado a la historia. Ese bagaje será su mejor herramienta para redactar una de las sentencias más esperadas, la que lleva en su sello judicial, bajo la tinta la dulce imagen de Ruth y José.
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