Activistas de Femen protestan en el Congreso *ABC/JAIME GARCÍA |
Sí, ya sé lo de las tetas feministas en el Congreso ocurrió hace tantos días que la historia no sirve a estas alturas ni para envolver pescado, pero varias charlas con amigas me han devuelto al episodio surrealista. "¿Tú crees que la polémica habría sido la misma con imágenes de otras tetas?", me dispara una de esas mujeres con las que comparto vocación literaria. A., como yo misma, ya ha rebasado la barrera de los cuarenta lo que se traduce en un conflicto permanente entre la aceptación externa y la revolución interna; entre la mirada que una proyecta hacia sí misma y la que sospecha que refleja para los demás. Un lío.
Somos, además, una generación a caballo en consignas y prácticas feministas. Un ensayo no acabado. Muchas nos debatimos aún entre una educación machista contra la que empezamos a rebelarnos desde que nos alcanza la memoria y una perpetuación de estereotipos que seguimos cumpliendo, casi siempre a nuestro pesar. Aumenta el lío y el caos interno. "No se nace con el carné de feminista ni la convicción de igualdad y ese aprendizaje supone un sobreesfuerzo y un agotamiento que a veces te coloca al borde de tirar la toalla", me razona otra mujer a la que admiro.
Con todos estos condicionantes y muchos otros que me reservo, reconozco que me desazonan esas protestas de las activistas de Femen con las tetas al viento (yo que estoy abonada a la crítica). Quizá tenga razón mi amiga A. y sienta envidia malsana ante esas anatomías cuasi perfectas que capta el objetivo o sufra el producto de una educación tradicional en la que el cuerpo propio se guarda para la intimidad. Ambas razones son posibles. Pero aun dándolas por buenas, lo que realmente me perturba es la exposición como objeto aunque sea deliberada y personal. Al fin, mostrar las tetas, ese ensañamiento (enseñamiento) tetero carece de argumentación, de solidez. Me resulta pueril, casi inocente en su aparente provocación. ¿Dónde está el mensaje? ¿Dónde el argumento de peso?
Como provocación y llamada de atención funciona. Pero ahí se queda. Un mensaje de tinta negra tatuado sobre una piel firme y blanca con demasiada escasez de palabras, que son al fin las conductoras de ideas, las que cambian el mundo. Quizá sea esa disyuntiva en la que continuamente vivimos casi todas la que me condiciona. Sin embargo, miro y miro las fotos y sigo pensando que un párrafo reivindicativo de seis líneas, bien argumentando, barrería de un plumazo seis pares de tetas macizas.
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