Héroes y sicarios parecen términos incompatibles, pero en la pesadilla sufrida por la mujer y la hija del periodista Paco González se mezclan de manera asombrosa desde el primer minuto. Y esa mezcla afloró incluso cuando la vida de las dos mujeres pendió del cuchillo empuñado por dos individuos contaminados no se sabe bien de qué, si de locura, de odio, de envidia... Ese diagnóstico corresponde a otros, igual que las motivaciones y el preámbulo de la historia.
Los datos objetivos parten del 15 de septiembre. Ese día, un mendigo habitual de la Terminal 4 de Barajas conoció una historia por azar y, movido por una responsabilidad que ya podían hacer suya otros, actuó. Fernando acudió a la comisaría de Policía del aeropuerto. "Un individuo calvo y bizco de nacionalidad búlgara", explicó, "al que conozco como Palen y del que no puedo aportar más datos de identidad porque solo he mantenido con él alguna conversación esporádica me ha dicho que tengo que personarme en el domicilio situado en (aquí facilitó la dirección del periodista) donde tengo que informar a una mujer española, morena, de entre 40 y 45 años de que unos sicarios búlgaros pretenden asesinarla. Es importante que esté sola sin su marido".
Fernando siguió contando al agente de Policía Judicial que lo atendió los detalles que conocía. Palen le había mostrado fotos donde un individuo tomaba café mientras contrataba a los sicarios, así como la grabación con la conversación de esa siniestra cita en Madrid. Estaban los matones, el contratante (Iván Trepiana) y una mujer, la obsesiva Lorena Gallego, aunque ni ese policía ni el informador sabían de quiénes se trataba ese 15 de septiembre. El mendigo no tenía ni las imágenes ni la grabación, pero aseguró que podría conseguirlas, dado que Palen el búlgaro las conservaba en su teléfono.
El agente tomó nota. Fernando no sabía por qué Palen le había elegido a él como depositario de la historia, ignoraba el grado de implicación del búlgaro e incluso cuál era la veracidad de la misma. El policía trataría luego de localizar al misterioso búlgaro sin resultado. Tampoco Fernando respondió después al móvil que facilitó ni al correo electrónico. De hecho, no lo volvieron a ver por la terminal o así consta en la minuta o nota informativa que se envió desde esa comisaría a la Sección de Homicidios de la Jefatura Superior de Madrid. El informante salió de Barajas con la sensación de que no le habían creído.
La nota está fechada al día siguiente, el 16 de septiembre. Desde Homicidios de la Policía se envió a sus colegas de la Guardia Civil de la Comandancia de Madrid. La Policía no volvió a tener noticias de Fernando hasta que ya era demasiado tarde: el pasado día 5, horas después de que Iván Trepiana y Lorena Gallego asaltaran a la esposa y la hija de Paco González. Fernando estaba en en un bar de Badajoz (tiene familia en esa provincia) cuando vio en televisión lo ocurrido. Salió disparado hacia la comisaría de nuevo. Allí en la Jefatura Superior volvió a contar la historia. "Nos pareció un personaje estrambótico, pero tomamos nota de todo", relata un agente, "y, por supuesto, lo enviamos a Madrid. Estaba indignado porque decía que no le habían hecho caso, que él lo advirtió y que se podía haber evitado".
Sus motivaciones también son un secreto, aunque lo cierto es que él actuó con diligencia. No solo alertó a la Policía, sino que además puso sobre aviso al propio periodista y este a su vez acudió a denunciar en octubre ante la Guardia Civil. Los agentes lograron detener a Pavel, pero ¿qué sicario o aspirante a o delincuente a las puertas confiesa su pecado? Ninguno y sin pruebas no hay delito. A González y su familia se les hicieron vigilancias discretas. Nadie apareció. Unos días antes del intento de homicidio él mismo habló con los agentes y comentó que probablemente el tipo de la fotografía (Iván de quien solo se tenía una imagen) había desistido si es que alguna vez sus intenciones fueron reales...
La víctima, las víctimas, y los investigadores ignoraban que esos dos personajes contaminados de locura, odio, envidia...lo que sea seguían fraguando su chapucero aunque maquiavélico plan. Desconocían que probablemente mientras esa conversación se producía ellos acechaban cerca, camuflados en el anonimato, alimentados de nada. Maite y María, su hija, se salvaron gracias a su propio coraje y gracias a Jesús, que no dudó en frenar al escuchimizado Iván con la puerta del coche y con un golpe seco en la cara que lo devolvió a la vida real y al dolor y lo hizo huir. Ella, embozada y cobarde, cuchillo en mano, falló y le siguió. El héroe uno quizá sea Fernando, ese confidente capaz de romper el silencio. El dos, Jesús, que vio y oyó chillar a sus hijos paralizados por el miedo en su coche, mientras él se lanzaba contra dos donnadies crecidos con el poder de un arma blanca y las horas de la venganza. Ahora les ha llegado el momento de las horas a la sombra.
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