sábado, 26 de octubre de 2013

¡POLICÍA, LA CIA NOS ESPÍA!



Los diarios españoles llevan a la portada de sus digitales la siguiente noticia que mañana el semanario alemán Der Spiegel desarrolla a bombo y platillo: "EE.UU tuvo equipos de espías en Madrid y en otras capitales europeas". ¿Cómo que tuvo? ¿Acaso nos consideran ya tan ingenuos para intentar colarnos ese pretérito? Todos los servicios de inteligencia están diseñados para espiar a países y ciudadanos en el exterior que no sean los suyos. Es su base, el sentido de su existencia, sobre eso no hay discusión. Las oficinas no cuelgan el cartel de espionaje en su puerta ni se anuncian en el Segunda Mano, es obvio; pero igual de evidente es que están implantadas, consolidadas y consentidas por los Gobiernos correspondientes. Tienen agentes reconocidos con los que se trabaja de forma bilateral o multilateral en seguridad, terrorismo, crimen organizado o lo que toque, y agentes que se camuflan y pululan por las alcantarillas o las superficies deslizantes siguiendo las consignas recibidas.   

Con esta premisa me resulta pueril e inocente alarmarse porque la CIA nos espía. Agárrese amigo, porque no solo la CIA nos espía; nosotros también los espiamos a ellos. En el mismísimo corazón de Manhattan, el CNI, los nuestros, mantiene una oficina desde la que posiblemente espíen con atención y sin licencia de apertura a quien corresponda o se decida en ese momento porque constituya una amenaza para intereses españoles o bien porque pueda aportar claves económicas o políticas. En ella, me contaron hace un tiempo, trabaja un superviviente de un atentado sufrido por agentes españoles en el exterior, que sigue al servicio de la Casa. Todo muy peliculero, pero con suficientes dosis de realidad. 

Quizá la alarma suscitada por la noticia (Margallo ha convocado al embajador norteamericano en España) derive del nombre en la diana. No es lo mismo espiar al presidente de una empresa telefónica o de un banco -clientes habituales de los servicios de inteligencia- que apuntar directamente al presidente de un país, en este caso a la canciller Angela Merkel. Claro que de ser cierta la forma en la que grabaron su teléfono móvil (identificado supuestamente como "GE Chancellor Merkel") más valdría recurrir a John Le Carré y mandar a los chicos de la CIA a trabajos forzados.  




viernes, 25 de octubre de 2013

ENSAÑAMIENTO DE TETAS


Activistas de Femen protestan en el Congreso         *ABC/JAIME GARCÍA

Sí, ya sé lo de las tetas feministas en el Congreso ocurrió hace tantos días que la historia no sirve a estas alturas ni para envolver pescado, pero varias charlas con amigas me han devuelto al episodio surrealista. "¿Tú crees que la polémica habría sido la misma con imágenes de otras tetas?", me dispara una de esas mujeres con las que comparto vocación literaria. A., como yo misma, ya ha rebasado la barrera de los cuarenta lo que se traduce en un conflicto permanente entre la aceptación externa y la revolución interna; entre la mirada que una proyecta hacia sí misma y la que sospecha que refleja para los demás. Un lío. 

Somos, además, una generación a caballo en consignas y prácticas feministas. Un ensayo no acabado. Muchas nos debatimos aún entre una educación machista contra la que empezamos a rebelarnos desde que nos alcanza la memoria y una perpetuación de estereotipos que seguimos cumpliendo, casi siempre a nuestro pesar. Aumenta el lío y el caos interno. "No se nace con el carné de feminista ni la convicción de igualdad y ese aprendizaje supone un sobreesfuerzo y un agotamiento que a veces te coloca al borde de tirar la toalla", me razona otra mujer a la que admiro.

Con todos estos condicionantes y muchos otros que me reservo, reconozco que me desazonan esas protestas de las activistas de Femen con las tetas al viento (yo que estoy abonada a la crítica). Quizá tenga razón mi amiga A. y sienta envidia malsana ante esas anatomías cuasi perfectas que capta el objetivo o sufra el producto de una educación tradicional en la que el cuerpo propio se guarda para la intimidad. Ambas razones son posibles. Pero aun dándolas por buenas, lo que realmente me perturba es la exposición como objeto aunque sea deliberada y personal. Al fin, mostrar las tetas, ese ensañamiento (enseñamiento) tetero carece de argumentación, de solidez. Me resulta pueril, casi inocente en su aparente provocación. ¿Dónde está el mensaje? ¿Dónde el argumento de peso? 

Como provocación y llamada de atención funciona. Pero ahí se queda. Un mensaje de tinta negra tatuado sobre una piel firme y blanca con demasiada escasez de palabras, que son al fin las conductoras de ideas, las que cambian el mundo. Quizá sea esa disyuntiva en la que continuamente vivimos casi todas la que me condiciona. Sin embargo, miro y miro las fotos y sigo pensando que un párrafo reivindicativo de seis líneas, bien argumentando, barrería de un plumazo seis pares de tetas macizas.  
   

martes, 22 de octubre de 2013

EL COMISARIO EXPERTO EN EL QUIJOTE

Losada en su toma de posesión al frente de Policía Judicial
El currículum profesional del comisario José García Losada incide en que es un experto en delincuencia económica y financiera. Rigurosamente cierto. Como lo es en crimen organizado, en drogas y en salvajes atracadores y narcos a los que ha perseguido durante años. Losada es, en realidad, un especialista en todas las vertientes de "La Pringue", como se conoce a la Policía Judicial, la cuna de la investigación, que él mamó desde su ingreso en el Cuerpo (1973). 

Su currículum personal es menos conocido pero igual de admirable. Pocos saben que este hombretón, pegado a un paquete de cigarrillos negros, es un enorme conocedor de El Quijote, que lo ha estudiado a fondo y que ha diseccionado en varios escritos la delincuencia en el siglo de Oro español, la anatomía de los personajes que pululaban por las calles y los rasgos de trepas y chorizos que se han perpetuado hasta hoy. Su pluma es soberbia, precisa, rigurosa; no sobra ni falta un verbo o un adjetivo. 

Cuando le conocí, a finales de los noventa, Losada ya era todo un comisario, prestigioso y querido por sus hombres, al frente de la Brigada Central de Estupefacientes y yo una advenediza de los sucesos deseosa de aprenderlo todo sobre las organizaciones de traficantes. Fue él quien me explicó cómo funcionaban los circuitos de la "brown sugar" que seguía dejando cadáveres en sórdidos rincones, quién era el legendario Urfi Cetinkaya, alias "el Paralítico", y cómo antes o después atraparían a Francisco Javier Martínez Sanmillán, "Franky", que metió toneladas de cocaína en España y al que persiguieron durante 12 años. Era una de sus particulares bestias negras tras huir ya condenado por la "Operación Nécora" y cambiarse las huellas dactilares por las de los pies, ayudado por narcos colombianos. 

Losada es un tipo generoso en sus explicaciones sobre los resortes criminales, pero parco como nadie a la hora de revelar un detalle que pueda exponer a su gente. Lo saben ellos y lo sabemos quienes le hemos frecuentado menos de lo que hubiéramos querido. En 2002 el PP lo nombró comisario general de Policía Judicial y en dos años le dio la vuelta a ese templo de la investigación. Cuando Zapatero ganó y asoló, como hace cada Gobierno de turno, los puestos de responsabilidad de la Policía (eso que nunca pasa en la Guardia Civil), Pepe fue enviado al ostracismo, pese a su reconocida no militancia ni aproximación política. Aun así siguió en primera línea con su peculiar y entregada forma de entender la Casa. 

El PP lo rescató al ganar de nuevo y lo nombró director general del Centro de Inteligencia contra el Crimen Organizado. Un puesto a su medida, que fue celebrado por algunos de los mejores investigadores de este país. Ya en ese momento todas las quinielas lo situaban de nuevo al frente de la Comisaría General de Policía Judicial, pero alguien movió el sillón y el puesto fue ocupado por otro comisario, Enrique Rodríguez Ulla, el más fugaz en ese destino en toda la democracia. Menos de medio año salpicado de dimes y diretes sobre el ático de Ignacio González, las investigaciones de delincuencia económica con atajos de corbata y trajes caros, y una situación insostenible que se resolvió con el nombramiento de Losada para el puesto, en julio de 2012.

Losada con el comisario Serafín Castro tras recuperase el Códice
Pepe volvió a la Judicial en la que tenían responsabilidades algunos comisarios, inspectores jefes, inspectores y policías con los que había trabajado en muchos momentos de su vida. Unos días después comparecía con Serafín Castro, tras recuperarse el Códice Calixtino. Ambos se remangaron y redactaron juntos las diligencias urgentes, un viernes de julio por la tarde, para que Rajoy pudiera devolver unas horas después la joya robada a la Catedral de Santiago. La vuelta ha sido efímera: poco más de un año de intensidad, disgustos (como el descubrimiento del error de la perito del caso Bretón) y grandes informes contra la corrupción (caso Palau, caso Bárcenas...) y el crimen organizado, llevados a cabo por su gente y rubricados con su firma. No gustó el del marido de Ana Mato, ni alguno de Bárcenas (quien pidió a sus antiguos amigos en el PP que pararan los pies a la UDEF); no gustaron los de Convergencia y el Palau y mucho menos que desde esa Comisaría General se negaran los falsos borradores, cocinados en las alcantarillas, y no por los auténticos investigadores. 

Hace unos días la cuerda se rompió, pese a que Rajoy ofreciera como "prueba de vida" en el Congreso, el pasado agosto, que policías, jueces y fiscales al frente de las investigaciones de Gürtel seguían en sus puestos. Bajo el paraguas de gran remodelación de los servicios centrales de la Policía, Losada se quedó en el cabo deshilachado de la cuerda. No estaba cansado del puesto, o eso creo yo sin preguntarle, sino de que el puesto sea utilizado para deshacer entuertos y corruptelas. La siguiente partida ya está servida. Eso sí con otros protagonistas del nuevo Quijote.       
  

sábado, 12 de octubre de 2013

LA BOLSA, EL POLÍTICO Y UN CRIMEN (HOMENAJE SUCESERO)



Esta semana he fantaseado con haber podido dar la noticia de que la gran Alice Munro ganaba el Nobel de Literatura, con escribir una pieza sobre sus cuentos despojados de irrealidad y traspasados de vida, de hundimientos y salvación. Pero no. Esta vez tampoco me tocaba redactar un texto sobre mi pasión por algunos escritores, sino intentar añadir algo de luz al espantoso y hermético crimen de la pequeña Asunta. Desde que ocurrió, cada información que tengo que contar sobre esta niña me remueve. Siento una extraña cercanía hacia alguien que pudo ser mi hija y a la que dibujo en mi imaginación con una asombrosa proximidad. Empatía o afinidad, no sé bien. La imagino leyendo, concentrada en su abultada agenda que a cualquier adulto le habría costado seguir, primorosamente dedicada a sus tareas de clase y con ese punto de lejanía que debía sentir al saberse distinta, especial...

Al hablar o escribir de su muerte, de esas circunstancias tan poco claras, ese punto de sordidez o intención que se intuye y se deduce de los autos de prisión de sus padres, intento adivinar qué sentía ella; si había cruzado ya esa frontera que condena la niñez y miraba asombrada hacia el acantilado de la compleja adolescencia. Hago un esfuerzo y orillo a Asunta en mi cabeza para centrarme en esas respuestas que esperan los lectores y los espectadores y que yo, como el resto de compañeros que se dedican a esta información, busco sin cesar. 

No sé si alguna vez se han detenido a pensar en que los suceseros andamos en permanente equilibrio inestable, como subidos a un alambre frágil e incapaz de quedarse quieto; con un pie en una comisaría y otro en un juzgado; con una oreja en la calle y la otra en un teléfono que nos confirme o desmienta. Nos pagan por ello y, además, creo que casi todos lo vivimos con pasión, casi como un sacerdocio porque creánme no hay otra forma de dedicarse a este negocio, si no es con entrega absoluta y sepultando el reloj en el cajón más lejano. Aun así, nos exponemos continuamente, cometemos errores de bulto que otros se ahorran. Sí, sí, se los ahorran porque el material con el que trabajan no es la vida y la muerte, la honra y el honor de las personas, la amenaza de la cárcel o el infierno de acabar en ella. Hay una diferencia sustancial entre contar que las acciones de Bankinter se desploman o que el ministro de turno lanza su última astracanada (con todos mis respetos para ambos tipos de información) y que un padre está imputado por matar a su hija, por volver al terrible caso.

La diferencia del material informativo no necesita más aclaración. Por eso estos días he sentido desaliento, estupor y en algún momento casi rabia al oír y leer las necedades de algunos periodistas que se dicen compañeros criticando de modo furibundo el trabajo de quienes nos dedicamos a los sucesos. Nos acusan de alimentar un circo, de sordidez, de revelar secretos, de actuar como jueces y de no sé cuántas sandeces, pero cuanto más lo pienso más llego a la misma conclusión: quizá solo nos acusan de hacer ese trabajo que ellos son incapaces de conseguir. La calle es dura; nuestras fuentes están abonadas a la desconfianza, pero una y otras son nuestro territorio natural y ahí deberían darnos las lecciones justas. 

(HOMENAJE a Pablo Muñoz, Manu Marlasca, Dani Montero, Mayka Navarro, Nacho Abad, Luis Rendueles, Mavi Doñate, Ángel Moya, Alfonso Egea, Malena Guerra, Fernando Lázaro, Jesús Duva, Carlos Hidalgo, Maria José Álvarez, Jorge Rodríguez, Mónica Ceberio, Ana Terradillos, Marino Holgado, Gema Martín, Roberto Ballesteros... y, por supuesto a mi adorado Ricardo Domínguez, allá donde esté, y a Don Manuel Marlasca Cosme, que sigue ejerciendo su magisterio en la sombra. La lista es más amplia, pero todo es finito)

martes, 8 de octubre de 2013

UN POLICÍA NUNCA ABANDONA



Antonio del Castillo, durante la anterior búsqueda  Foto: ABC

"No somos optimistas, pero no vamos a dejar de intentarlo nunca. ¿Abandonar? Eso no lo hace un policía". La retroexcavadora, las palas y los uniformes han vuelto a la Majaloba, una finca entre Sevilla y La Rinconada en la que ya todos sabemos que se cultiva maíz, se respeta el tiempo de barbecho y, lo importante, se busca el cuerpo de Marta del Castillo en una zanja. El único condenado por ese crimen, el desmemoriado Miguel Carcaño, asegura que la enterraron ahí él y su hermano y, aunque la Justicia no le crea, la Policía insiste y sigue adelante tirando de los pocos hilos a los que agarrarse. El informe del georadar elaborado por Luis Avial ha sido entregado esta mañana a la Policía. Unas horas después, los agentes de la Policía Judicial de Sevilla ya estaban en marcha, en busca de las anomalías marcadas primero por la termografía aérea y después mediante la prospección con el georadar en el terreno que hasta hace unos días cubrían las plantas de maíz.   

El padre de Marta, Antonio del Castillo, y su abuelo, José Antonio Casanueva, ese hombre incansable y sereno, corrieron hacia el lugar como cada vez que una mínima esperanza llama a la puerta de su casa. Como los agentes, ellos nunca abandonarán, pese a la ferocidad de tener que creer la palabra mendaz del único condenado por asesinar a su niña. La experiencia de los policías más veteranos del caso apunta al escepticismo, producto de la desconfianza lógica hacia el delincuente y la coraza que va aumentando de grosor a cada año profesional cumplido. Los más jóvenes, que no inexpertos, se ilusionan con una tenue posibilidad de acabar de una vez y devolver la paz que no el consuelo a una familia partida en dos una madrugada de enero.  

Hace solo unos días, con la incertidumbre de una nueva búsqueda dilatada por el cruce de escepticismo y realidad, Eva Casanueva la madre de Marta se sobresaltaba con la noticia de que Carcaño había progresado de grado, gracias a la decisión de una juez. En su cabeza bullía la idea de que el asesino de la niña pudiera obtener un permiso pasado no mucho tiempo, en cuanto cumpla un cuarto de su condena. No parece probable que nadie le conceda ese permiso, mucho menos sin que aparezca el cuerpo de su víctima. Mientras, se le ha concedido el segundo grado y ha sido trasladado a la cárcel de Herrera de la Mancha. Allí, convivirá con otro reo, Miguel Ricart asesino de las niñas de Alcasser, a quien jamás se ha autorizado una salida pese a los años cumplidos. El sistema es imperfecto, pero a veces su maquinaria resulta implacable para quienes han traspasado todos los límites. En ninguno de estos dos casos la desidia ha llamado a la puerta. ¿Abandonar? Como recuerda el baqueteado investigador la Policía no se da por vencida nunca. En el caso de Marta el lazo afianzado entre familia y agentes es inquebrantable.