Hoy me he levantado "feminazi". Una palabra absurda e inexistente con la que ha tratado de desacreditarme durante años, como periodista y como mujer, la jauría rabiosa que se siente amenazada cuando escribes sobre violencia de género. Y si te atreves a poner rostro, nombre, datos concretos y
devastadores a esa violencia te saltan directamente a la yugular. Después de ganarles unas cuantas demandas, igual que antes, sigo dando la cara. Como tantos que no están dispuestos a mirar para otro lado cuando saben que estos asesinatos silenciosos y por la puerta de atrás no paran. Son responsabilidad de todos. Sí, sí, de usted también.
Es casi imposible que usted sepa que se va a cometer un atraco en su farmacia de toda la vida y pueda prevenirlo; que va a llegar una partida de cocaína y va a destrozar a los chavales de su barrio; que un desalmado va a violar a esa adolescente bellísima que camina confiada hacia su casa... Son delitos que se nos escapan. No podemos anticiparnos. Pero es más que probable que haya visto a su vecina, a una clienta del supermercado que conoce de vista, a su amiga o incluso a su propia hermana alicaída, esquiva o con un sospechoso moratón en la cara o en el brazo. Quizá, solo quizá, la vecina, la clienta, la amiga o la hermana pueden ser la siguiente de esa lista de la vergüenza que suma cruces en el cementerio como si fuera un designio divino. El único designio es el velo del silencio y la complicidad, que no empuñan el arma ni retuercen el cuello elegido por el verdugo, pero le ayudan.
El Gobierno prepara una estrategia nacional, un plan de cuatro años, con una batería de medidas importantes (otra cuestión es si luego llegará el dinero y la voluntad). Se han identificado cuatro grandes problemas y el primero es el SILENCIO. El 80 por ciento de las asesinadas no había denunciado. El porcentaje, como un aldabonazo en las conciencias, es casi un calco año tras año. Los expertos tienen claras la razones: no dar suficiente importancia al maltrato sufrido; miedo al maltratador; a perder a sus hijos, al proceso judicial, a no ser creídas (sobre todo en agresiones psicológicas y sexuales); a no tener dinero para sus hijos, a no encontrar empleo, a no querer perjudicar a su pareja o a "complicar más las cosas". Planea, además, como un pájaro oscuro la sensación de "algo he hecho mal para que haya sucedido esto" y las presiones familiares y del entorno no suelen ayudar.
En la futura estrategia nacional se identifican más grupos poco o nada atendidos hasta ahora como los menores o las mujeres muy vulnerables a esta violencia (puede ser su madre o su abuela, esa vecina del pueblo, esa chica que vino en busca de un futuro y le ayuda con la casa y los niños...). El abanico se abre porque la jauría, el maltratador, el verdugo puede estar en cualquier lugar. Incluso en su casa. Mire con cuidado. A veces no es fácil reconocerlo si mira superficialmente.