domingo, 27 de abril de 2014

CÁRCELES "DE LUJO"

Módulo de una prisión tipo


Me impresionan las cárceles. Cada vez que he acudido a una por trabajo he salido devastada. Las puertas metálicas que se cierran a tu espalda con un angustioso click, los olores, el desvarío asomando por muchos ojos, la incertidumbre no ya del futuro sino de las 24 horas siguientes, las historias que se susurran, las penas que brotan a borbotones, los expedientes que encierran los armarios, los patios, espejo solo espejo de aire, sol y libertad... Quizá sea una blanda, pero no concibo que nadie pueda ser un poco feliz ahí dentro. Y sé, sin embargo, que es el lugar que corresponde a casi todos los que están: casi 67.000 la semana pasada, el 92 por ciento hombres. 

Algunos son bestias salvajes que han arrancado el horizonte a cientos de familias; otros torcieron su vida y ya no saben si serán capaces de enmendarla, muy pocos han acabado en prisión por error, pese a que esto se repite como un mantra cada vez que hablas con un interno. Llevo 17 años contando los peores crímenes, buceando en la miseria humana y tratando de tú a tú con el devorador dolor de las víctimas. No voy a defender que el Estado no castigue a los culpables, jamás, pero me aterra la imagen que a veces se proyecta, desde el absoluto desconocimiento y el lugar común, sobre los centros penitenciarios. Esta semana, tras la entrada de José Ortega Cano, hemos tocado techo. Las 68 cárceles españolas no son hoteles de lujo, es falso. Ninguna lo es. Son lugares donde se ha intentado, en unos más y en otros menos, que los reos vivan con dignidad y en los que también con mayor o menor fortuna se apuesta por la reinserción. 

Higiene, educación, sanidad y algunos entretenimientos, cierto... esos principios de derechos universales con los que a algunos se les llena la boca pero solo a veces. Es falso que haya televisiones de plasma en cada celda, piscinas climatizadas y hasta baño turco, que es lo que les ha faltado decir o escribir a algunos. Sin duda, las prisiones españolas están entre las mejores del mundo. ¿Y qué?, me pregunto. ¿Estaríamos más orgullosos de levantar un Guantánamo o de ver reportajes en los que las ratas corren entre los internos y las cucarachas se encaraman a los platos del rancho? Yo no. Les recomiendo un libro "Penas y personas" de Mercedes Gallizo, que dirigió Instituciones Penitenciarias ocho años. El castigo no debe anular la dignidad imprescindible. Una última reflexión que me regaló hace años entre los muros el director del centro penitenciario de Estremera: "Ningún asesino es asesino las 24 horas; ningún violador es violador las 24 horas". Os dejo un par de enlaces de dos reportajes míos que hablan de otra cara de los verdugos. 


domingo, 6 de abril de 2014

LOS BUENOS "CAPATACES"

"Niña, desde hoy eres redactora de ABC. Pásate por personal". Ese fue mi bautismo oficial en el oficio, con contrato indefinido y un sueldo que entonces (octubre de 1998) se me antojaba un sueño realizado. El portador de lo que en ese momento fue para mí la felicidad con mayúscula se llamaba Ángel Antonio González, era subdirector del periódico y falleció ayer. Tras darme la noticia, el hombretón altísimo y espigado a partes iguales, a quien yo admiraba y respetaba, también a partes iguales, me dio uno de los abrazos que más recordaré en mi vida. "Te lo has ganado, niña, anda no llores que ya no te vuelves a tu pueblo".  

En ese momento, aparecieron por la puerta del despacho de Ángel Antonio mis dos jefes-compañeros-amigos: el inigualable Ricardo Domínguez y mi hermano profesional desde poco después, Pablo Muñoz. Más besos, abrazos y parabienes, sin pasarse, que para eso eran dos señores y yo, la niña. Unos minutos antes me había despedido de ellos con la idea que me oprimía la garganta de no volver a pisar la redacción de ABC. Acababa de terminar mis prácticas del Máster y, como todos los años, los becarios éramos expulsados a los leones, a buscarnos la vida. Cuatro compañeros habían sido seleccionados para quedarse en la redacción pero en teoría, eso creía, mi nombre no figuraba en esa lista.

"No me digas que no lo sospechabas", insistió Ángel Antonio. Y por más argumentos que le di, ni caso. "¿Y estos dos no te habían dicho nada?" Y no, habían callado esperando a que fuera oficial la noticia y a que la decisión no se estropeara. Ese mismo día,  lo celebramos los tres en una de nuestras comidas pantagruélicas en las que el periodismo era el oficio más sagrado del mundo y el eje de nuestras vidas a base de horas y horas en la sección de Sucesos. 

Por esa sección pasaban todas las catástrofes del mundo, los asesinos en serie despiadados, los desaparecidos, los terroristas... allí entraban las llamadas de todos los perturbados que en su soledad recurrían al periódico como si fuera el teléfono de la esperanza y a los que casi siempre escuchábamos; las de los mejores corresponsales que he conocido (Pedro Corral, Juan Cierco, Ramiro Villapadierna, Pedro Rodríguez y una larguísima e insuperable nómina) ofreciendo su excelente "mercancía", las de los compañeros de todas las delegaciones de España... Allí, en esas páginas y con esos dos hombres me hice periodista. ´

Ángel Antonio había sido nombrado no hacía mucho subdirector de Información del periódico. Conocía ABC como a sí mismo (pasó por todo el escalafón), nos conocía y trataba a todos por nuestro nombre, redactores o becarios, con su voz modulada y su visión certera. Era, como ayer lo definía mi otro gran amigo y compañero, Miguel Ángel Barroso, "el más eficaz y respetuoso capataz de la redacción".  A veces discrepábamos (yo a una siguiendo el criterio de Ricardo y Pablo, en pleno aprendizaje) pero el respeto primaba, el diálogo, los puntos de equilibrio. Desde que se jubiló apenas le he visto, unas pocas frases en algún tanatorio. Él nos seguía leyendo y nos daba su opinión: ajustada, alejada de extremos. Siempre será mi primer subdirector, mi puerta al sacrosanto mundo del periodismo de verdad, ese al que te entregas con el corazón y a cambio te permite vivir dignamente. Gracias, capataz. 

Ángel Antonio González, a la izquierda                     *Jaime García